Porque la gente está contenta. Los novios están felices, y los invitados también; ¿hay algo mejor que ver a decenas de personas de buen humor y con ganas de pasarlo bien?
Porque celebran el amor. Y el amor es bonito; el amor nos hace sentir bien, ser mejores, y es una parte fundamental de la vida. Me he puesto cursi, pero hay que llamar a las cosas por su nombre aunque suene ñoño.
Porque son una fiesta. Y yo, que para estas cosas soy muy básica, adoro comer, beber y bailar; y cuando estoy trabajando -como me ocurre en el 99% de las bodas a las que voy- ver cómo disfrutan los demás haciéndolo.
Porque me emocionan. Y si las comedias románticas arrasan en taquilla, ¿quién no querría una entrada para ver una historia de amor real en directo? Si se nos tiene que caer una lágrimilla de vez en cuando, que sea por un momento de felicidad compartida.
Porque es un día para el recuerdo. Y cuando sabes que estás viviendo un momento que alguien va a recordar siempre, te sientes parte de algo muy especial.
Porque en las bodas se hacen muuuuuuuchas fotos. Las oficiales, y las no oficiales. Y yo soy muy fan de tener documentos gráficos de todo; y aunque mucha gente es reacia a hacerse fotos, en un día de boda todo el mundo se pone delante del objetivo con su mejor sonrisa.
Porque todo el mundo se pone guapo para asistir a una boda. Y nos hacen falta excusas para romper la rutina y mirarnos al espejo y gustarnos más de lo habitual. Para mi, vestirnos más elegantes en determinadas ocasiones es una forma de sentirnos nosotros mismos especiales ese día.
En definitiva; cuando alguien me pregunta que por qué me gustan las bodas (algo que ocurre con bastante frecuencia, todo hay que decirlo), siempre digo que ya tenemos bastantes días sin sal, y bastantes preocupaciones y cosas “malas” en la vida como para no montar un fiestón con todos nuestros seres queridos cuando dos personas se quieren tanto que deciden gritar a los cuatro vientos que ese amor va a durar para siempre.